Monday, September 26, 2005

Riqueza y Virtud

Riqueza y Virtud

Los antiguos dijeron: “El dinero es algo externo al cuerpo físico.” Esto es sabido por todos, pero todos lo buscan. Un hombre joven desea el dinero para satisfacer sus deseos; las mujeres jóvenes lo desean para adornarse y lujos; las personas mayores lo desean para pasar sus años restantes sin preocupación; los hombres eruditos lo desean para su honra y fama; los funcionarios de gobiernos cumplen su deberes para ganarlo, y cosas similares. Por eso, la gente lo busca para sus propósitos propios.

Incluso hay gente que compite y pelea por dinero; aquellos que son agresivos se arriesgan por conseguirlo; aquellos de genio furioso recurren a la violencia para obtenerlo; y una persona envidiosa hasta moriría de ira por ello. La doctrina de gobernantes y oficiales debe ser traer riqueza al pueblo, pero promocionar la adoración del dinero es la peor política que uno podría adoptar. El ser rico sin virtud daña a todos los seres vivientes, mientras que el ser rico y virtuoso es lo que todas las personas anhelan. Por esta razón, uno no puede ser rico sin practicar la virtud.

La virtud de uno fue acumulada en sus existencias anteriores. El convertirse en un rey, un oficial de alto rango, la riqueza y la nobleza de uno vienen todos de la virtud. Si uno no tiene virtud, no podrá obtener nada. Si uno pierde la virtud, perderá todo. Por eso, aquellos que se esfuerzan por el poder y desean ganar fortuna deben primero acumular virtudes. Por medio de sufrir penalidades y hacer hechos buenos, uno puede acumular toda clase de virtud. Para lograr esto, uno debe comprender el principio de causa y efecto. Entendiendo esto, los gobernantes y el pueblo podrán ejercer auto-dominio en sus corazones, y riquezas y paz entonces prevalecerán bajo el cielo.

Li Hongzhi
27 de enero de 1995

Wednesday, September 21, 2005

Un anciano ex combatiente alemán

por FEDERICO HENRÍQUEZ GRATEREAUX

Era un viejo risueño, residente en la zona colonial de Santo Domingo, quien miraba con entusiasmo todas las cosas del mundo. Al servir las bebidas estudiaba las etiquetas de las botellas para saber del añejamiento, procedencia, graduación alcohólica, etc. Cada día “pasaba revista” a los titulares de los periódicos; pretendía estar enterado de complicados asuntos políticos y económicos de Europa y de África; los domingos contemplaba gozosamente a las mujeres que iban camino de la misa, bien vestidas, conscientes de lo que él llamaba “su figura y encanto”.
Un perro realengo o un burro cargado de maíz despertaban en el viejo una curiosidad infantil. Hacia preguntas inesperadas: ¿Cómo se llama este burro? ¿Cultivas el maíz tu mismo? ¿Es tuya la tierra? El campesino dueño del burro lo miraba desconfiado al principio; después agradecía el interés de un extraño –de la ciudad capital– por conocer su vida y actividades. ¿Cuánto vale el maíz? ¿Lo vendes por libras o por mazorcas? ¿De modo que eres de Azua? El viejo explicaba al hombre del burro, a manera de justificación de sus insistentes preguntas, que le gustaba comer maíz hervido, “que para eso tenía sus propios dientes”. En poco tiempo establecía una corriente de simpatía. El viejo tenía un carisma especial.
Aprendí a través de este viejo que la muerte suele colarse por los intersticios del ocio y del desaliento. “Nada retrasa más la llegada de la muerte que el trabajo y la risa”. Al decir esto levantaba las cejas y retiraba rápidamente los espejuelos de la nariz. Decían que había peleado en la Primera Guerra Mundial con la infantería de Alemania. En su casa tenía muchos cajones de manzanas clavados unos arriba de otros, llenos de libros con letras góticas. Esto lo vi yo, pues en una ocasión me hizo pasar a la casa para que conociera el diafragma de una Victrola ortofónica. En ese anticuado aparato él colocaba discos grabados por una sola cara, insertaba unas agujas cortas, parecidas a tachuelas niqueladas, y entonces se oía la voz de una soprano como si saliera de un aljibe. Los discos eran grabaciones de la RCA, con el consabido perro junto al gramófono y la leyenda: “la voz de su amo”. Conservaba óperas alemanas e italianas que estuvieron en boga cuando era un jovenzuelo. Me mostró unos libros con caricaturas del siglo XIX. Quiso que oyera un trozo de aria de una opera de Verdi, pues “así la entendería con más facilidad que en alemán”.
Después supe que el viejo tenía cicatrices de la guerra que nunca habían cerrado por completo ¿Cómo podía ser tan alegre y comunicativo? No se trataba de cicatrices emocionales, de tormentos psíquicos. Nada de eso. Las cicatrices las llevaba en la espalda y en las nalgas. Eran unas largas líneas negras que cruzaban desde la espalda hasta el muslo. A veces estas heridas supuraban y debía que desinfectarlas y cubrirlas con gasas y esparadrapos. La cocinera decía que ella misma las limpiaba con agua oxigenada. En estos casos, al terminar la cura, el viejo escuchaba música alemana y lloraba desconsoladamente.
Cuando el alemán salía a la calle la negra Ernestora pregonaba: “estoy cansada de cocinar para este hombre que solo come papas, repollos y salchichas. Me cuesta mucho trabajo que suelte algún dinero para comprar arenques o un pollo. En esta casa hay estufas inservibles, maquinas de escribir que no funcionan, libros comidos de polillas”. Al viejo, según parece, le gustaba mirar esos objetos, restos del pasado. La pantalla de la lámpara del comedor, con peras y manzanas en vivos colores, tenía varios vidrios rotos. Pero él no cambiaba la pantalla ni reparaba los vidrios. Gulinga, la hija de la cocinera, opinaba que el vejete era una buena persona, que ayudaba a huérfanos, trabajaba mucho y casi siempre estaba alegre. “Problema grande es cuando amanece con su país en la cabeza; se pone a leer los libros rotos con letras adornadas, se baña a las doce de la noche, pasea desnudo por el patio, sobre todo cuando hace calor. Después duerme; al amanecer bebe tres tazas de café y se va temprano a la oficina”.
Recuerdo perfectamente el día que el viejo, parado frente a la puerta de su casa, preguntó: “¿Han oído ustedes esa sirena? ¿Ha terminado la guerra?”. Entró a la casa y volvió a salir en pocos minutos, muy excitado. “¡Lo he oído por el Telefunken! ¡Fue anunciado desde Londres!”. Miró a los pocos niños reunidos en la calle, uno a uno, y dirigiéndose a mí, afirmó con solemnidad: “buscaré una botella de vino”. La sala de la casa tenía un piso de mosaicos que formaban figuras geométricas con algo árabe. Los muebles, de caoba y pajilla, necesitaban un ebanista que los encolara. Estaban flojos y torcidos. El ornamento principal de la habitación era la Victrola. El viejo abrió la botella, trajo del comedor unas copas boca abajo para que escurriera el agua. Las puso en una mesita, sirvió el vino, se arrellanó en la butaca más sólida y nos dijo: “no volveré a mi país; ahora está destruido; no deseo regresar a Bremen; no soy mas que un viejo maltrecho con pólvora incrustada en el cuerpo. Ya no sabría vivir en Europa. Los militares de Hitler y los empresarios del acero han hundido a Alemania. Me acostumbré a trabajar con negros en esta isla, a comer maíz y plátanos. Esta negra que tengo aquí se acuesta algunas noches conmigo; lo hace porque cree que es un deber y una conveniencia de trabajo; su hija vive aquí. Pero ella ama a un negro grande que la abofetea cada quince días. Ustedes son todavía unos muchachos; les digo que el mundo será muy difícil a partir de este año 1945. Es una pena que los jóvenes ricos de Santo Domingo sean tan arrogantes y estúpidos. Únicamente desean ser comisionistas y conseguir representaciones de medicamentos o efectos eléctricos. Ninguno quiere montar industrias y aprovechar tanta mano de obra desocupada. Los pobres se conforman con ser policías, bomberos, serenos, para tener botas, uniformes, revólveres”. Se levantó y dio cuerda a la Victrola. El aire se llenó con las voces de un poderoso coro de hombres y mujeres que cantaban dando gracias a Dios por la vida y por el pan. El anciano veterano de guerra soltó dos lagrimones y exclamó sin mirarnos: “después de dos guerras, todo seguirá igual; Europa cambiará, lentamente, en medio siglo; en el Caribe no habrá nada nuevo en quince años. Y de ahí en adelante, convulsiones y sufrimientos”. Cuarenta minutos mas tarde nos despachó: “gracias jovencitos por acompañarme, vayan a jugar”.

Tuesday, September 20, 2005

Pompeya y el Vesuvio 9:54 PM

Pompeya y el Vesuvio 9:54 PM
JOTTIN CURY HIJO

En la ciudad de Nápoles, ubicada al sur de Roma, se encuentran las ruinas de Pompeya, antigua localidad que fue sepultada el 24 de agosto del año 79 de la era cristiana por una violenta erupción del Vesuvio. En aquella lejana fecha, al momento de producirse la catástrofe, se estima que cayó una fina lluvia que al mezclarse con la lava del volcán, produjo un río de lodo y cenizas que cubrió en su totalidad las ciudades de Herculano y Pompeya. El diez por ciento de sus habitantes, esto es, unas dos mil personas murieron por asfixia, incluyendo a Plinio el Viejo, la máxima autoridad científica de la antigua Europa.
No fue sino 1700 años después que un arqueólogo amateur se percató de la existencia de la punta de algunos obeliscos que sobresalían donde otrora se encontraba Pompeya, y dio la voz de alarma sobre sus hallazgos. Pero las excavaciones se empezaron a realizar sistemáticamente cuando Víctor Manuel II completó la unidad de Italia, en la segunda mitad del siglo 19. Para dirigir esos trabajos se encargó al arqueólogo Giuseppe Fiorelli, quien tuvo la ingeniosa idea de llenar de yeso los huecos formados dentro de los ya corrompidos cuerpos de las víctimas de aquel desastre. Y dado que los esqueletos estaban cubiertos por cenizas petrificadas, se puede observar actualmente la forma exacta de no pocos organismos momificados al momento de expirar.
Así, puede verse el molde de una niña que oculta el rostro con sus brazos, el de una madre y su hija abrazadas ante la desgracia, el cuerpo de un esclavo tendido de espaldas que se esfuerza por respirar, el de esclavos aún con sus cadenas, el de participantes de una fiesta y hasta el de algunos prisioneros que trataban de huir aprovechando el desconcierto general. En fin, la idea de Fiorelli le permite al espectador de hoy percatarse del cruel final de las víctimas del infortunio, toda vez que ha quedado plasmado para la posteridad el instante en que fueron sorprendidas por su trágico destino.
Pero la excelente conservación de sus hallazgos, al igual que un insecto dentro del ámbar, se debe al efecto de las cenizas. Gracias a ello actualmente se puede apreciar con claridad sus caminos adoquinados, los orificios incrustados en piedras para vender alimentos, el gimnasio donde se entrenaban los gladiadores, el anfiteatro romano, las inscripciones en las paredes donde se promueven candidaturas políticas, los mosaicos alegóricos de la época, estatuas, las tuberías empleadas, los restos de palacios y edificios públicos, así como numerosos objetos que revelan la forma de vida de aquel entonces.
No sin razón Goethe afirmó: "Ha habido muchos desastres en el mundo, pero pocos han causado tanto provecho a la posteridad." El principal atractivo de esta metrópoli se debe a que originalmente fue un asentamiento griego, aunque algunos escritores como Herman Melville, autor de Moby Dick, se la atribuyeron a la presencia del Vesuvio. Este imponente volcán, cuya circunferencia en su parte superior es de aproximadamente kilómetro y medio, vomitó fuego por última vez en 1944, y desde entonces se mantiene apacible. Para alcanzar su cima se requiere caminar un largo trecho, el cual comienza en un punto en que para llegar se precisa bordear grandes precipicios a través de una angosta carretera.
Los vestigios de Pompeya nos enseñan que la naturaleza humana es idéntica siempre. Indro Montanelli, en su Historia de Roma, nos dice: "En Pompeya hay graffiti en los que se acusa a los candidatos de haber regalado a la población tan solo la mitad de lo que se habían robado con sus malversaciones cuando ocupaban cargos en el Gobierno". Exactamente lo mismo ocurre actualmente, casi dos mil años después, ya que la codicia y el egoísmo siguen siendo las causas que generan el empobrecimiento de las grandes mayorías. Cabe preguntarnos, ¿hasta cuando se continuarán tolerando estas perversidades, causa fundamental del empobrecimiento de los pueblos?

Friday, September 16, 2005

DIOS VIOLA LAS LEYES FUNDAMENTALES DE LA EQUIDAD

Admitamos, por un instante, que el hombre sea responsable y veremos como, con está misma hipótesis, la divina Justicia viola las reglas más elementales de la equidad.Si se admite que la práctica de la justicia no puede ser ejercida sin comportar una sanción y que el magistrado tiene por misión fijar esta sanción, existe una regla sobre la cual el sentimiento es y debe ser unánime: es que, del mismo modo que hay una escala de mérito y de culpabilidad, debe haber una escala de recompensas y de castigos. Sentado este principio, el magistrado que mejor practicará la justicia, será aquel que proporcionará más exactamente la recompensa al mérito y el castigo a la culpabilidad; y el magistrado ideal, impecable, perfecto, será aquel que fijará una relación de un rigor matemático entre el acto y la sanción. Pienso que esta regla elemental de justicia es aceptada por todos. ¡Y bien! Dios, con el cielo y el infierno, desconoce esta regla y la viola.Cualquiera que sea el mérito del hombre, es limitado (como el hombre mismo), y, sin embargo, la sanción de recompensa: el cielo, es sin límites, aunque solo fuese por su carácter de perpetuidad.Cualquiera que sea la culpabilidad del hombre ella está limitada (como el mismo), y, sin embargo, la sanción de castigo: el infierno, no tiene límites, aunque solo fuese por su carácter de perpetuidad.Hay, pues, desproporción entre el mérito y la recompensa, desproporción entre la falta y el castigo; desproporción en todas partes. Así pues, Dios viola las reglas fundamentales de la equidad.
Sebastián Faure, "DOCE PRUEBAS DE LA INEXISTENCIA DE DIOS" (Incluido en la publicación "Criadero de Curas", de Alejandro Sawa, Biblioteca Anticlerical, Ediciones "UNIVERSO", TOULOUSE) Agotado.

El monje y la prostituta

El monje y la prostituta (Leyenda Personal por Paulo Coelho)
En las proximidades del templo de Shiva vivía un monje. En la casa de enfrente moraba una prostituta. Observando la cantidad de hombres que la visitaban, el monje resolvió llamarla.
-Tú eres una gran pecadora -le reprochó-. Todos los días y todas las noches faltas el respeto a Dios. ¿Es posible que no puedas detenerte a reflexionar sobre tu vida después de la muerte?
La pobre mujer se quedó muy deprimida con las palabras del monje y con sincero arrepentimiento oró a Dios implorando su perdón. Pidió también al Todopoderoso que le hiciera encontrar otra manera de ganar su sustento. Pero no encontró ningún trabajo diferente, por lo que, después de estar pasando hambre una semana, volvió a prostituirse.
Sólo que ahora, cada vez que entregaba su cuerpo a un extraño, rezaba al Señor y pedía perdón. El monje, irritado porque su consejo no había producido ningún efecto, pensó para sí: "A partir de ahora, voy a contar cuántos hombres entran en aquella casa hasta el día de la muerte de esa pecadora".
Y, desde ese día, él no hizo otra cosa que vigilar la rutina de la prostituta: por cada hombre que entraba, añadía una piedra a un montón que se iba formando. Pasado algún tiempo, el monje volvió a llamar a la prostituta y le dijo:
-¿Ves este montículo? Casa piedra de éstas representa uno de los pecados mortales que has cometido, a pesar de mis advertencias. Ahora te vuelvo a avisar: ¡cuidado con las malas acciones!
La mujer comenzó a temblar al percibir cómo aumentaban sus pecados. De regreso a su casa, derramó lágrimas de arrepentimiento, rezando:
-¡Oh, Señor, cuándo me librará vuestra misericordia de esa miserable vida que llevo! Su ruego fue escuchado y aquel mismo día el ángel de la muerte pasó por su casa y se la llevó. Por voluntad de Dios, el ángel atravesó la calle y también cargó al monje consigo. El alma de la prostituta subió inmediatamente al cielo mientras que los demonios se llevaron al monje al infierno. Al cruzarse en la mitad del camino, el monje vio lo que estaba sucediendo y clamó:
-¡Oh, Señor!, ¿es ésta tu justicia? ¡Yo, que pasé mi vida en la devoción y la pobreza, ahora soy llevado al infierno, mientras que esa prostituta, que vivió en constante pecado, está subiendo al cielo!
Al oír esto, uno de los ángeles respondió:
-Los designios de Dios son siempre justos. Tú creías que el amor de Dios se resumía en juzgar el comportamiento del prójimo. Mientras tú llenabas tu corazón con la impureza del pecado ajeno, esta mujer oraba fervorosamente día y noche. Su alma quedó tan leve después de llorar y rezar, que podemos llevarla hasta el paraíso. La tuya quedó tan cargada de piedras, que no conseguimos hacerla subir hacia las alturas.
El monje y la prostituta. (Leyenda personal) por Paulo Coelho. El Semanal, nº786. Del 17 al 23 de noviembre de 2002.

NOTA de Dubarri:
Aunque Paulo Coelho, novelista y hippie tiene unas creencias que no comparto, en éste texto deja muy bien reflejado la postura farisaica del monje. Es por ello que lo he colocado en el Averno, como una referencia a la hipocresía que rodea a la religión. Una leyenda como el propio autor bien comenta.

http://perso.wanadoo.es/morbus/home6.htm