Wednesday, March 02, 2005

Cronopiando 11:42 AM
Fundamentalismo


El común de los mortales piensa que el fundamentalismo lo inventaron los árabes o esos pueblos islámicos de Oriente, regidos por un jeque o por un ayatolah, a quienes Alá, en directa y personal comunicación, dicta de vez en cuando sus divinos mandatos.
De hecho, cuando oímos hablar de fundamentalistas, lo primero que nos viene a la imaginación es uno de esos extraños hombres de grandes turbantes y luengas barbas.
En Memorias del Fuego, de Eduardo Galeano, uno puede encontrar, sin embargo, joyas fundamentalistas como la que reproduzco hoy en la columna, escritas de puño y letra de presidentes de Estados Unidos, como McKinley en 1898, que en lugar de "batolas" usaban trajes grises y corbatas, y que en vez de turbantes se cubrían la cabeza con un irreprochable sombrero occidental.
Un siglo antes de que Dios "iluminara" a George W.Bush y le identificara a los enemigos del mundo y la forma de acabar con ellos, ya otros presidentes de los Estados Unidos disfrutaban del auxilio y la confianza de Dios.
"Yo caminaba por la Casa Blanca, noche tras noche, hasta medianoche y no siento vergüenza al reconocer que más de una noche he caído de rodillas y he suplicado luz y guía al Dios todopoderoso. Y una noche, tarde, recibí su orientación, no sé cómo, pero la recibí.
Primero me dijo que no debemos devolver las Filipinas a España, lo que sería cobarde y deshonroso; segundo, que no debemos entragarlas ni a Francia ni a Alemania, nuestros rivales comerciales en el Oriente, lo que sería indigno y mal negocio; tercero, que no debemos dejárselas a los filipinos, que no están preparados para autogobernarse y pronto sufrirían peor desorden y anarquía que en el tiempo de España; y cuarto, que no tenemos más alternativa que recoger a todos los filipinos y educarlos y elevarlos y civilizarlos y cristianizarlos, y por la gracia de Dios hacer todo lo que podamos por ellos, como prójimos por quienes Cristo también murió. Y entonces volví a la cama y dormí profundamente". (Presidente McKinley, 1898).

- Por Koldo

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